viernes, 18 de febrero de 2011

El fiasco de los ordenadores en las aulas

Yo sólo voy a hablar de lo que entiendo, es decir, me voy a ceñir a lo estrictamente académico, aunque, como de educación entiende todo el mundo, ya se imaginarán que lo que yo vaya a decir aquí sirve tanto como lo que diga el butanero; y esto es tanto así pese a que me pase los días rodeado de alumnos, tanto como el butanero de bombonas de butano; sólo que yo no entiendo mucho de bombonas de butano y el butanero lo sabe todo de mis alumnos.
Pues bien, pongámonos en situación. Para empezar, sólo existe una editorial (Digital Text) a la que se pueda aplicar con propiedad la etiqueta de entorno virtual. Las demás editoriales sólo aportan un PDF enriquecido del libro de texto impreso. Para eso no hacía falta ordenador, digo yo. La solución de contratar a Digital Text no me apaña, pues sus contenidos son tan pobres e infantiles que hasta los alumnos sienten insultada su inteligencia (y ya es decir).
Bien. Entro en clase y hago encender los ordenadores a mis chavales: “Profe, a mí no se me conecta; profe a mí no se me descargan las actividades”, etc, etc. Solución: proyecto la lección desde mi portátil hasta la pizarra digital (que de ésas también tenemos) y vemos la unidad en la susodicha asesina de la tiza. Para eso no necesitábamos ordenador, digo yo.
Si decido que resuelvan algún ejercicio en el ordenador, una vez apagado éste, se pierde la resolución del mismo, de manera que no pueden estudiarse las actividades. Solución: las actividades en la libreta, como siempre. Para eso no hacía falta ordenador, digo yo.
Como la lección tiene sus carencias, les digo a mis alumnos que deben anotar al margen una pequeña ampliación que quiero ofrecerles. Ay, no. Que no hay márgenes. Me dice algún apologeta del tinglado que yo mismo puedo modificar los contenidos del libro a mi antojo. Claro, así seré profesor, policía, burócrata y ahora editor. Sólo que cobrando el primer oficio y ya ni eso, que nos han bajado el sueldo. Pero por ahí no sigo que luego vienen y me recuerdan la cantinela de las vacaciones de verano y toda esa pejiguera. Tampoco pueden subrayar los contenidos importantes; solución: que se descarguen la versión imprimible y subrayen y estudien de ahí. Para eso no hacía falta ordenador, digo yo. Porque estudiar en el ordenador es imposible: no sé si ustedes han experimentado la sensación de leer en un portátil para gnomos, pero les aseguro que entre la pantallita y que el acceso a la información se te va mostrando con la racanería del movimiento del cursor, uno pierde el sentido unitario de la información que se lee y que proporcionaban los libros impresos en un golpe de vista.
 

No hay comentarios: